martes, 25 de marzo de 2008

Amores.


Porque al final… ¿qué nos gusta de una peli?. Me refiero a las pelis que nos gustan de verdad, esas cuyos diálogos recitamos de memoria, o cuyas imágenes guardamos religiosamente en nuestras retinas y recuperamos de cuando en cuando con regusto de añoranza y un punto de excitación. Esas que hemos visto tantas veces que a poco que nos esforcemos podríamos recuperarlas mecánicamente en nuestras mentes y volver a repasarlas escena por escena, a modo de plegaria, como reza el beato.

Y, reconozcámoslo, a veces estas pelis no son ni mucho menos las mejores de la historia del cine… pero entonces, ¿por qué nos llegaron de ese modo?.

Creo –y no pienso, creo- que la pregunta es similar a otra y la respuesta es también parecida.

Cuando nos enamoramos de alguien, ¿de qué nos enamoramos exactamente?. Nos enamoramos de sus gestos, de su voz, de sus opiniones, de su cuello que es el mejor lugar del mundo, de sus zapatos o de la calle en donde vive, nos enamoramos de todo eso en general y a la vez de nada de ello en particular. El cine está teñido del mismo misterio incomprensible de los amores. De repente una película nos atrapa como nos ha atrapado esa persona, y es por sus valores cinematográficos, por el momento en que la vimos, por sus personajes, por su guión –que tanto hablaba de nosotros mismos-, por sus evocadoras imágenes, por su música, por la calle en que vive su protagonista, por sus zapatos, sus gestos…por todo eso en general y por nada de ello en particular.

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