sábado, 16 de febrero de 2008

"Road Spain", Jordi Vidal

PROMESAS VACÍAS.

Después de un funesto día en que parece perder todo lo que tiene, Marc, protagonista de Road Spain, decide romper con su vida echándose a la carretera al volante de una autocaravana y dejando que los viajeros accidentales con los que se encuentra en el camino guíen sus pasos. Tras esta sencilla pero sugerente premisa expresada en un atractivo prólogo, el relato irá perdiendo buena parte del interés visual y narrativo con el que había sorprendido en sus primeros lances.

Lo que no parece ya tan sorprendente es asistir a filmes que, como Road Spain, no cumplen sus promesas. Al tratarse en este caso de una producción española no faltarán voces que esgrimen el tradicional discurso de la sempiterna crisis de nuestro cine y apunten por enésima vez a las carencias de esta filmografía. No se pretende ocultar nuestras heridas internas, que las hay, pero sería interesante tomar el cine actual en una perspectiva más general para afirmar con justicia que este es un mal al que el espectador está tristemente acostumbrado, circunstancia ésta que no se debería pasar por alto. Desde este punto de vista no se habla de películas poco sinceras sino más bien incapaces, películas con la habilidad de levantar unas expectativas en su comienzo que nunca terminan por confirmar, faltando a su palabra y cayendo así en su propia trampa.

En el caso de Road Spain no se acierta a comprender si el hecho de que la película se derrumbe después de su primera media hora responde a la circunstancia de que Jordi Vidal, su director y guionista, se queda sin más cosas que decir/mostrar, o si el problema es que no sabe como decirlas/mostrarlas. Más grave aún: conforme avanza el metraje el autor parece contagiado de la misma indolencia de su propio protagonista, y va tomando fuerza la impresión de que la indecisión del uno es el reflejo de la del otro, para finalizar con la peligrosa sensación de que el autor no ha sabido como concluir su historia. Esta incertidumbre, que evidencia las limitaciones del director como guionista, ensombrece además sus capacidades como realizador. Jordi Vidal sabe llevar al público del drama a la comedia con cierta soltura, le saca provecho dramático a los paisajes por los que trascurre el personaje (aún siendo una escena en interiores, la de la cena en la casa del ex convicto, la más atractiva de todo el film) y consigue hacer un uso de la cámara medianamente interesante, sin aspavientos, con modestia y corrección. El problema es que aún así parece necesitar el respaldo de escenas sólidas desde el punto de vista del guión para dar lo mejor de sí mismo, ya que cuando tropieza el guión, el film entero se hunde.

Es razonable no obstante reconocer la humildad con la que Jordi Vidal aborda ésta su primera obra, sin duda ambiciosa pero nunca pretenciosa, en un momento en el que tanto abundan cierta clase de autores con la molesta necesidad de llamar la atención sobre sí mismos y demostrar(se) su destreza como cineastas, exista ésta o no.

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